Adolescencia | Jóvenes desvinculados: perder la infancia antes de tiempo

Ilustración: Isabella Meza Viana

Por: Leidy Restrepo Mesa

Ser adolescente es difícil, pero es más difícil no poder serlo. Pasar de la niñez a la adultez es un proceso que suele tardar 9 años (de los 10 a los 19), pero en la guerra no hay tiempo para tanto.

“Para mí ser un adulto empezó desde mucho antes de la adolescencia, porque allá me enseñaron a madurar, cómo tomar decisiones, pensar, reaccionar ante una discusión, una confusión que haya”, dice Andres*, jóven desvinculado de un grupo armado. Sus compañeros, víctimas de reclutamiento que hoy tienen entre 16 y 18 años, coinciden. Y también conversan y nos cuentan cómo es ser (o no poder ser) un adolescente dentro de las filas. 

Ser adolescente está lleno de cambios físicos, psicológicos y mentales. Para los jóvenes desvinculados esta etapa también está llena de cargas ideológicas y una sexualidad, más que temprana, dentro de las filas. 

Y, al salir, deben pasar por un proceso de adaptación a la sociedad. Tratar de volver a ser adolescentes, para, ahí sí, empezar a convertirse en unos adultos diferentes a los que ya habían sido obligados a ser. 

¿Cómo es ser adolescente dentro de un grupo armado?

“Lo que pienso de tener, o, más bien, no tener una infancia dentro de un grupo armado es frustrante. El tiempo es imposible de volver. Ya no se pueden vivir cosas como las que puede vivir un niño, lo que es parte de la adolescencia, donde se empieza una nueva etapa, que la verdad, cuando uno está afuera con los padres, se aprende mucho de ellos y uno puede contar con su apoyo. Mientras que estando en un grupo, toca por sí mismo. El tiempo le puede ir enseñando, pero pienso que no es lo mismo”, cuenta Yurgen. 

Yurgen, Andrés, Kency, Nelos, Yerson y Uriel son los protagonistas de este episodio especial de Adolescencia | En mis propias palabras. Ingresaron a los grupos armados entre los 10 y los 14 años y coinciden en que la posibilidad de ser  adolescente en las filas, de alguna manera, les fue negada. Esto se lo cuentan a Wilson, estudiante de psicología e hijo del Estado que conversa con ellos. 

Y tienen razón, según Tanya Chapuisat, representante de Unicef Colombia: “El reclutamiento interrumpe infancias, vulnera los derechos de la niñez y pone en riesgo su vida. Esto no puede seguir ocurriendo: los niños y niñas deben de estar en las escuelas, con sus familias y comunidades, no en la guerra”.

Sin embargo, en Colombia, el reclutamiento, uso y utilización de niñas, niños y adolescentes en el marco del conflicto armado es un delito persistente, continuo y en aumento. Unicef advirtió que más de 1.200 menores fueron reclutados por grupos armados en Colombia entre 2019 y 2024, lo que representa “un aumento del 300 % en cinco años”, según Chapuisat.

Aunque en las cifras de Naciones Unidas y las autoridades no están todos los casos. Muchos no son reportados por miedo, desconocimiento y restricciones de acceso en los territorios.

Los niños, niñas y adolescentes (NNA) dentro de los grupos armados no son solo víctimas de reclutamiento. La Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición indicó en su capítulo No es un mal menor, que, entre otros impactos, sufren “afectaciones a largo plazo en su salud mental, incluyendo la normalización de la violencia como forma de resolver los problemas y de relacionarse, violaciones a su derecho a un nivel de vida adecuado para su desarrollo físico, mental, espiritual, moral y social; e impactos derivados de violencias sufridas fuera de las filas”.

El reclutamiento no solo les quita la posibilidad de vivir una adolescencia, sino que pone otras cargas en sus vidas.

Socializar y aprender a ver el mundo en guerra

En esta etapa del ciclo vital, para los niños y niñas es importante hacer amigos, aprender a interactuar con los otros en diferentes entornos, pero dentro de las filas, eso que es clave en la niñez pierde importancia porque no están allá para ser niños.

“Allá a uno le inculcan que solamente tiene que socializarse con las personas cercanas al grupo o dentro del movimiento. Aquí afuera, pues, es algo muy diferente…He conocido amistades, he tratado, me han enseñado e inculcado ser sociable, ser amable”, explica Nelson.

Y ese asunto de la ideología, le causó un interés particular a Wilson en la conversación, “nosotros nos criamos con la ideología de nuestros padres: que es lo bueno, que es lo malo. Pero, ¿la de ustedes que?” 

Uriel le explica que en el grupo se enseña a reforzar la mente, para que se mantengan firmes en la lucha y no se echen para atrás. “Porque si usted mira momentos críticos como un niño, que usted le provoca salir corriendo, ahí va a estar su mente a disposición y siempre va a estar con su paso firme. Con una vida diferente a un niño, porque un niño mira una persona muerta y sale a correr a avisar a los papás, en cambio uno no”. 

Prohibido tener miedo

En la adolescencia es normal tener miedos e inseguridades. Miedo a la oscuridad, el abandono, el rechazo, la pérdida familiar… Para Kency, Yurgen, Andrés, Nelson, Yerson y Uriel, el miedo estaba prohibido o era otro: El miedo era la muerte.

“Mi miedo antes era quedarme solo, pero después que ingresé a un grupo, allá me enseñaron a perder ese miedo, porque ya tenía que vivir solo, sin mi mamá, sin mis hermanos”, dice Yerson. “Cuando era pequeña, los miedos míos eran no escuchar nada de ruido. Aún me pasa, pero estando en el grupo lo supe controlar”, dice Kency. “El miedo que yo tenía antes del grupo era embarrarla, que le pase algo a mi familia y la perdiera. Pero cuando uno ingresa le hacen quitar ese miedo. Y llega el momento que el miedo es que en combate mire a un compañero que cae. Es lo que da miedo, porque usted dice: el próximo voy a ser yo”, dice Andrés.

 “La verdad, miedos que tuve en mi infancia, estando en la casa con mi familia, es como el de todo niño. La oscuridad. Pero ya al pasar a un grupo, eso se va perdiendo. Uno en la oscuridad está seguro”, cuenta Yurgen.

Sin embargo, Nelson no teme aceptar que “el miedo no lo repartieron a todos de a poquito… No es que el miedo viene dentro de la infancia y que el grupo nos hace quitar el miedo, no, porque incluso estando dentro del grupo hay personas que tienen miedo. Miedo a morir, miedo a que le pase algo a la familia”, concluye Nelson. 

Perder la inocencia demasiado pronto

La sexualidad es un tema tabú en nuestra sociedad. En la adolescencia, donde empiezan los cambios físicos, las niñas empiezan a menstruar, los niños a recibir la presión de tener su primera relación. También hay  embarazos no deseados por falta de educación sexual y la niñez empieza a definir su identidad sexual.

Dentro de las filas no hay tiempo para tanto y muchos de los menores allí, se convierten en víctimas de violencia sexual, aunque, adentro y en medio del desconocimiento y la vulnerabilidad, ellos no lo ven así. 

“Uno allá ya perdió todo, toda la inocencia. Usted, un niño de 12 años, teniendo relaciones con una mujer ya adulta es muy diferente. Experimenta otras cosas y ahí es donde más se amaña”, dice Uriel. 

Aunque para ellos se vuelve normal. El delito de acceso carnal abusivo con menor de catorce años, está consagrado en los artículos 208 y 212 de la Ley 599 de 2000, que busca proteger la integridad y formación sexual de quienes aún no tienen autonomía para dar su consentimiento a la hora de realizar estos actos. 

“Para mí fue algo normal. Allá es muy normal que los hombres o las mujeres menores se meten con hombres mayores, nunca buscan los pares”, explica Kency. Ella cuenta que en su caso  entró al grupo armado a los 10 años y normalizó estar con un hombre de 29 años. “Yo no le miraba ningún rol, pero ahorita que estoy por acá afuera, se me hace como que ‘¡uy, venga!’ Fue como un estrellón”. 

Según Naciones Unidas, entre 2022 y 2024, de cada 10 NNA reclutados, 4 eran niñas o adolescentes mujeres. Y “las niñas se ven especialmente afectadas por la violencia de género (incluida la violencia sexual y reproductiva) y por el reclutamiento mediante captación o acoso infantil con fines sexuales”. 

Volver a ser niños, niñas y adolescentes, para poder ser adultos

Ser un menor en un grupo armado, tiene entre muchas otras vulneraciones, la interrupción de la adolescencia. Una vez fuera, con el restablecimiento de sus derechos los NNA vuelven a ser tratados como lo que son. Sin responsabilidades y experiencias que no son propias de su edad, vuelven a tener tiempo de preguntarse qué quieren hacer en su futuro, cuando vuelvan a ser adultos. 

Todo reclutamiento de un menor de edad se determina como forzoso, además de empuñar un arma, la vida en la guerra los obliga a ‘ser hombres autónomos’  de la noche a la mañana. “. Usted tiene que estar encargado de sus cosas. Usted tiene que preocuparse por usted, ya no es como antes que para eso está mi mamá, mi papá, para eso está el grupo”, dice Andrés. 

Incluso frente a sus pasados, los jóvenes desvinculados siguen siendo eso: niños, niñas y adolescentes. “Que tienen demasiadas cosas positivas para brindarle al mundo, de pronto pasaron por algún momento difícil, complicado, pero ahora son otras personas y sé que pueden ser muy grandes personas”, reflexiona Wilson al final.

*Algunos nombres fueron cambiados por seguridad.