
Por: María Angélica Orozco
Advertencia: este contenido menciona temas relacionados con el suicidio
Tener 18 años debería ser sinónimo de comienzos: estudiar algo que emocione, enamorarse sin miedo, equivocarse sin que la vida se rompa, soñar con un futuro propio. Pero en municipios como Tierralta en Córdoba, y en muchas zonas rurales y urbanas del país, la mayoría de jóvenes llegan a la mayoría de edad cargando presiones que pesan más que cualquier cumpleaños.
En los últimos dos años, el municipio ha visto una preocupación creciente: ocho adolescentes han perdido la vida por suicidio. Un dato que parece pequeño pero que revela algo profundo: los jóvenes están atravesando silencios que nadie escucha y dolores que nadie atiende.
La salud mental se ha convertido en un tema urgente.
El informe “Suicidio entre los jóvenes colombianos” del Laboratorio de Economía de la Educación revela que el suicidio es ya una de las tres principales causas de muerte en jóvenes del país, especialmente en el grupo de 15 a 24 años, donde la tasa alcanza 10 suicidios por cada 100.000 jóvenes
A nivel nacional,hasta agosto de 2024, Colombia registró 1.942 suicidios, un promedio de casi ocho personas al día. Más alarmante: 183 eran menores de edad, dos de ellos niños menores de nueve años.
Entre la presión de ser adulto y la imposibilidad de ser joven
Para muchos en zonas rurales, cumplir 18 no significa libertad, sino un estrechamiento del camino. “O estudias o trabajas”, se repite en las casas. Pero estudiar no siempre es posible por falta de recursos, transporte o cupos y trabajar tampoco lo es. Las opciones se acaban rápido.
En la ruralidad, los apoyos psicosociales son escasos y, con frecuencia, la única contención emocional proviene de profesores o algún familiar cercano. En la zona urbana, pesan otros fantasmas: bullying, críticas sobre la apariencia, amores no correspondidos, presiones sociales y, en muchos casos, abandono emocional de los padres.
En este escenario, muchas adolescentes toman decisiones que no siempre desean, al terminar el colegio, varias prefieren casarse porque sienten que no hay más opciones y que al menos de esta forma pueden asegurar su sustento.

Ser mujer en un territorio marcado por el conflicto
Para las jóvenes, los riesgos se multiplican. En muchas zonas del país, la seguridad de las niñas y adolescentes se ve amenaza por actores armados que consideran que pueden tomar decisiones sobre ellas, quieren convertirlas en sus parejas sentimentales con o sin su consentimiento Varios testimonios en Tierralta coinciden:
“A las chicas las intentan enamorar o llevarselas, incluso a la fuerza”.
Ser mujer en un territorio con presencia de grupos armados significa vivir bajo una amenaza constante. “Todos los hombres de los grupos quieren obligarlas a estar con ellos”, relatan habitantes. Las familias reciben presiones e incluso amenazas.
En este contexto, construir un proyecto de vida no solo es difícil: puede ser peligroso.
Lo que no se habla: salud mental
La salud mental sigue siendo un tema pendiente en Colombia, pero en zonas rurales la ausencia es más dura. La psiquiatra Yahira Guzmán, de la Universidad de La Sabana, recuerda que no se necesita un diagnóstico para estar en riesgo. A veces basta un detonante: una ruptura, una amenaza, una humillación pública, un episodio de violencia.
El análisis nacional revela tres causas recurrentes en los suicidios reportados en 2024:
- Enfermedades de salud mental (251 casos)
- Desamor (111 casos)
- Conflictos con pareja o expareja (107 casos)
Nada muy distinto a lo que sienten muchos jóvenes: la sensación de no tener salida.
El investigador Juan Camilo Restrepo lo resume así:
“Una de las variables predictoras más importantes es que las personas dejan de ver salida a los problemas.”
Y cuando esa desesperanza aparece, la noche se vuelve más pesada: en Colombia, los suicidios son más frecuentes los domingos y a medianoche; entre menores de edad, tienden a ocurrir los lunes.
El peso de lo que dicen los demás
En Tierralta, hablar distinto, lucir distinto, amar distinto puede convertirse en un riesgo emocional. Muchos jóvenes cuentan que basta un comentario en redes, un rumor o una burla para romper la estabilidad que, de por sí, ya es frágil.
¿Qué puede cambiar una historia?
Los expertos coinciden en que la prevención no depende solo de profesionales: empieza con escuchar, preguntar y no minimizar lo que alguien siente.
Cuando un joven dice “no puedo más”, “me quiero morir” o “sería mejor no estar aquí”, no es un drama ni una exageración. Es una alerta. Y puede ser la única oportunidad de intervenir.
Pero en municipios como Tierralta, donde los servicios de salud mental son mínimos y la violencia es una sombra diaria, la responsabilidad recae en quienes están más cerca: docentes, familias, vecinos, amigos.
Hablar, preguntar, acompañar. Nombrar el dolor sin miedo.Crear espacios seguros donde los jóvenes puedan contar lo que les pasa sin ser juzgados ni castigados.

Crecer debería doler menos
Cumplir 18 años no debería parecer una caída libre.La transición a la adultez es difícil en cualquier parte del mundo, pero en territorios donde convergen conflicto armado, pobreza, machismo, presión social y ausencia de oportunidades, la carga se vuelve insoportable.
La pregunta es si estamos dispuestos, como país, como comunidad, como familias, a convertir esa edad en un comienzo posible, no en un punto de quiebre.






