
Por: María Angélica Orozco
¿Puede la generación Alfa convertir su relación con la tecnología en una herramienta para crear, aprender y transformar el mundo con educación digital y pensamiento crítico?
En un mundo donde los niños y niñas aprenden a usar dispositivos electrónicos incluso antes de leer o escribir, ser influencer parece tan normal como ir al colegio.
La Generación Alfa, los nacidos entre 2010 y 2024, está creciendo rodeada de pantallas, seguidores y algoritmos que moldean lo que ven, piensan y sueñan.
En los últimos años, cada vez más niños y niñas se han convertido en figuras públicas con miles o incluso millones de seguidores. La mayoría de sus perfiles son administrados por sus padres, y los contenidos que comparten varían según la plataforma, pero todos reflejan una infancia vivida frente a las cámaras.
Los unboxings y las reseñas de productos son algunos de los formatos más populares: abrir juguetes, probar snacks o mostrar nuevos dispositivos capta la atención de millones de espectadores. También triunfan los videos de videojuegos y gameplays, donde se muestra cómo juegan títulos como Minecraft, Roblox, Fortnite o Among Us, conectando directamente con otros niños y creando comunidades digitales alrededor de sus intereses.
Otros se inclinan por la moda y las rutinas diarias, especialmente en el formato Get Ready With Me (GRWM), en los que muestran cómo se visten, su rutina de cuidado personal, skincare, o cómo preparan su día. En TikTok y Reels, los bailes, retos y trends virales son el pan de cada día: coreografías, imitaciones o desafíos divertidos que se vuelven tendencia en cuestión de horas.
Pero no todo es entretenimiento. Algunos pequeños creadores también comparten contenido creativo o educativo, desde experimentos caseros y manualidades hasta recetas o proyectos escolares hechos con materiales reciclados. Muchos de ellos aparecen en canales familiares, donde los padres documentan viajes, cumpleaños o momentos cotidianos.
Y aunque son menos, también hay jóvenes que comienzan a usar sus redes para hablar de temas sociales: medio ambiente, empatía o salud mental infantil. Estos nuevos “kidfluencers” muestran que la influencia digital puede ir más allá del entretenimiento y convertirse en una herramienta para inspirar y generar conciencia.

Pero, ¿Qué significa crecer en la era de los “me gusta”?
Según una encuesta de Whop (2024), el 23 % de los niños entre 9 y 15 años ha sido contactado por una marca para hacer colaboraciones, y un 31 % cree que ser influencer es una forma real de ganar dinero.
A diferencia de generaciones anteriores, los Alfa no “descubren” internet: nacen dentro de él. Su infancia ocurre entre streams, algoritmos y videos virales y las redes sociales no son solo espacios de entretenimiento: son lugares donde se construye identidad, se crean amistades y se define el éxito.
Un estudio sobre alfabetización digital crítica (ReMedCom, 2024) explica que los entornos digitales son “espacios de aprendizaje emocional y social donde los jóvenes no solo consumen información, sino que la reinterpretan y transforman”.
Cada publicación o comentario es una forma de expresarse, pero también una oportunidad, o un riesgo, para moldear cómo se ven a sí mismos.
Entre la inspiración y la ilusión digital
Ser influencer puede parecer el trabajo perfecto: diversión, fama y dinero. Pero también puede traer presión, ansiedad y exposición constante.
La psicóloga e investigadora Sonia Livingstone, citada en ReMedCom, advierte que “el uso intensivo de redes desde edades tempranas puede afectar el desarrollo emocional y la toma de decisiones, especialmente cuando no hay acompañamiento adulto”.
El problema no es solo el tiempo frente a la pantalla, sino cómo se vive esa experiencia. El pensamiento crítico digital, una habilidad clave hoy, no trata solo de usar las redes, sino de entender su poder y sus riesgos: cómo los algoritmos manipulan lo que vemos, cómo los likes influyen en la autoestima o cómo los retos virales pueden normalizar conductas peligrosas.
Como señala el documento: “La educación mediática no debe limitarse a enseñar herramientas, sino a formar ciudadanos digitales capaces de pensar éticamente y actuar con responsabilidad.”
Lo que hay detrás
Esta misma investigación analizó las experiencias reales de niños influencers y sus seguidores.
Los resultados muestran que muchos de ellos son conscientes del impacto que tienen: saben que pueden generar emociones y motivar a otros. Pero también reconocen la presión constante por mantenerse vigentes, el miedo a perder seguidores y el desgaste de crear contenido sin pausa.
Algunos describen esta actividad como un juego, pero detrás hay horas de trabajo, exposición a críticas y aislamiento social.
Aunque logran identificar riesgos, como la pérdida de privacidad o los comentarios negativos , no comprenden del todo las consecuencias legales o éticas de su actividad.
El estudio también señala que muchos padres participan activamente en los canales, aunque no siempre comprenden el alcance real de esta industria, lo que puede abrir la puerta a publicidad encubierta o explotación laboral.
Y del otro lado, los seguidores, niños y adolescentes como ellos, también muestran contradicciones: saben que muchas recomendaciones son pagadas, pero siguen admirando a sus ídolos por su estilo de vida o carisma.

El nuevo sueño digital
Ser influencer ya es el trabajo soñado del 30 % de los chicos entre 12 y 15 años, según Fortune (2025). La popularidad digital se asocia con libertad, reconocimiento y éxito. Pero, ¿qué pasa cuando la fama llega antes que la madurez emocional?
El desafío no es apagar las pantallas, sino aprender a usarlas con conciencia.
La alfabetización digital crítica busca justamente eso: equilibrar la creatividad con la reflexión y el entretenimiento con la ética.





