
Por: Juan Carlos Senior
La adolescencia temprana es un momento en el que muchas cosas cambian al mismo tiempo: el cuerpo, las emociones, las relaciones y hasta la forma de verse a sí mismo. Es una etapa donde las preguntas se multiplican y la realidad puede sentirse abrumadora. En medio de todo esto, jóvenes de diferentes comunidades describen una realidad que también atraviesa esta edad: el contacto temprano con sustancias psicoactivas y los riesgos que esto trae consigo.
Aunque es un problema presente desde hace años, rara vez se habla de forma clara, abierta y sin miedo. Y ese silencio no nace de quienes lo viven, sino de una sociedad que evita o estigmatiza el tema.
¿Qué está cambiando en el cuerpo y en las emociones?
Entre los 11 y 14 años, el cuerpo y el cerebro pasan por una reorganización intensa: surgen emociones más fuertes, aumenta la sensibilidad, se busca mayor independencia y se refuerza la necesidad de pertenecer a un grupo.
Esta combinación hace que muchos adolescentes sean más vulnerables a la presión social. En este contexto, algunos comienzan a experimentar o a estar cerca del consumo de sustancias sin comprender del todo sus riesgos.
¿Por qué aparece el consumo con tan poca información?
En muchos casos, la primera exposición ocurre sin guía ni acompañamiento. Historias de jóvenes muestran que incluso niños entre 11 y 12 años ya han probado alguna sustancia, según cifras escolares que indican que cerca del 20% de estudiantes entre 16 y 18 años también han usado alguna droga.
La falta de información lleva a decisiones impulsivas y a que algunos normalicen prácticas peligrosas, como robar objetos de sus propias casas para conseguir dinero con el fin de comprar sustancias.
Algunas drogas se consiguen con facilidad:
La marihuana es considerada la de acceso más sencillo, con un 37% de disponibilidad percibida.
Le siguen el basuco y la cocaína, ambas alrededor del 12%.
Los inhalables, con 8%.
Y el éxtasis, con 7%.
Estos números reflejan un problema que afecta tanto zonas urbanas como rurales.
¿Por qué sigue siendo un tabú?
Hablar de drogas suele asociarse con prejuicios: “malas amistades”, “malos hijos”, “malas decisiones”. Ese estigma hace que muchos adolescentes prefieran callar, incluso cuando están en riesgo.
El silencio alimenta los mitos y deja a los jóvenes sin herramientas para entender lo que ven a su alrededor.
Entre los relatos aparecen situaciones alarmantes: sustancias mezcladas en bebidas en fiestas, jóvenes que se quedan dormidos sin saber lo que consumieron y casos en los que esto ha llevado a graves accidentes, agresiones e incluso muertes. Cuando algo tan serio se vive en silencio, el peligro crece.
¿Qué pasa con los chicos que observan todo esto?
Muchos adolescentes ven de cerca el consumo sin saber cómo reaccionar. Algunos lo ven como parte de su entorno, otros sienten curiosidad y otros tienen miedo de quedar por fuera del grupo.
En ciertos colegios se menciona la presencia de vendedores externos que mezclan sustancias con dulces o jugos, atrapando a los más pequeños. Esto convierte el consumo en un riesgo cotidiano.
La presión social y las dificultades emocionales también influyen: algunos jóvenes consumen para evitar sentir ansiedad, tristeza o hambre; otros porque en casa no encuentran acompañamiento o viven situaciones de maltrato.

¿La escuela acompaña estos procesos?
Aunque algunas instituciones realizan actividades de prevención y cuentan con orientadores escolares, el acompañamiento no siempre es suficiente. En muchos municipios rurales no existen centros de rehabilitación y las familias no tienen los recursos para trasladar a sus hijos a otras ciudades.
La falta de infraestructura y apoyo hace que muchos jóvenes caigan en el consumo sin recibir atención adecuada.
Aun así, en algunas escuelas se realizan charlas, se entregan materiales informativos y hay profesionales disponibles para escuchar problemas familiares, emocionales o escolares, lo que es un alivio para quienes buscan ayuda.
¿Cómo influyen las relaciones y la vida social?
Entre los 13 y 15 años, la opinión del grupo importa más que nunca. Las amistades, las fiestas, la necesidad de sentirse aceptado y el miedo a quedarse por fuera pueden llevar a decisiones impulsivas.
Al mismo tiempo, el consumo se vuelve una forma equivocada de enfrentar problemas emocionales, familiares o económicos. Cuando no hay acompañamiento, es más fácil que los jóvenes queden atrapados en dinámicas que afectan su salud, su seguridad y su futuro.
¿Por qué es tan importante la educación y la prevención?
Porque la información clara y temprana puede salvar vidas. Entender qué son las sustancias, cómo afectan al cuerpo, cómo reconocer riesgos, cómo pedir ayuda y cómo resistir la presión de grupo permite tomar decisiones más seguras.
La prevención no es solo decir “no consumas”. Es enseñar a gestionar emociones, a buscar apoyo, a hablar sin miedo y a reconocer el valor de cuidarse a uno mismo.

¿Y entonces qué hacer?
Romper el silencio. Acompañar sin juzgar. Hablar con honestidad. Crear espacios seguros en los hogares, las escuelas y las comunidades.
Si lo que leíste te hizo sentir triste, confundido o preocupado, recuerda algo fundamental: no estás solo. Hablar con un adulto de confianza puede ayudarte a sentirte más tranquilo. También puedes acercarte a orientadores, docentes o profesionales disponibles en tu institución.
Si necesitas apoyo urgente, la línea 141 del ICBF está disponible de manera gratuita para pedir orientación, reportar emergencias o recibir ayuda.
Crecer puede ser difícil, pero acompañado es mucho menos doloroso.






