
Por: Mathew Charles y Manuel López, egresado del SRPA
En Colombia, más de cinco mil adolescentes ingresan cada año al Sistema de Responsabilidad Penal para Adolescentes (SRPA), una estructura poco visible que sostiene algunas de las historias más difíciles, y menos escuchadas, del país. ¿Quiénes son estos jóvenes? ¿Cómo llegaron hasta allí? ¿Y qué significa realmente vivir dentro de un Centro de Atención Especializada (CAE), el nivel más alto de sanción del sistema?
Un retrato estadístico con rostros y voces
Actualmente hay 4,578 adolescentes y jóvenes vinculados al SRPA – 4,009 hombres (87.57%), 569 mujeres (12,43%) y un pequeño porcentaje se identifica como transgenero. La mayoría tiene 17 años (38,44%). Muchos han crecido entre pobreza, violencia y ausencia estatal. Entre ellos, 18,7 % es víctima reconocida del conflicto armado. Y casi la mitad, 46,5 %, ya había pasado por protección del ICBF antes de cometer el delito. 73% sufrió alguna forma de abuso o agresión antes de entrar al sistema y 50% tienen algún familiar privado de la libertad.
Pero las voces dicen más que los números.
“Yo ya venía de hogar sustituto, de vivir en casas de extraños… y la calle fue la única que me respondió. El delito fue lo último, no lo primero”, cuenta un adolescente que hoy cumple sanción en un CAE. “Cuando llegué aquí fue la primera vez que tuve mi propia cama y colchón.”
Los trayectos educativos también hablan de una fractura profunda. La mayoría llega con dos o más años de rezago escolar y apenas un 2,6 % alcanzó educación superior.
“A veces yo ni sé en qué curso estoy. En el colegio me la pasaba entrando y saliendo… Cada vez que mi mamá se mudaba tocaba dejar todo tirado”, explica otra joven entrevistada.
Los delitos de ingreso reflejan los entornos adversos donde crecen: hurto, tráfico o porte de estupefacientes, porte ilegal de armas y violencia intrafamiliar. Pero detrás de esos rótulos hay circunstancias muy concretas.
“A mí me metieron porque estaba vendiendo. Yo no era ningún capo, solo estaba desesperado. En mi barrio todos lo hacen, uno lo ve normal”, dice un joven de 16 años.
La vida diaria dentro de un CAE
Un CAE no es una cárcel, al menos no debería serlo. La filosofía del SRPA es pedagógica y restaurativa. Sin embargo, vivir allí implica una rutina estricta que marca el ritmo emocional del día.
Los adolescentes se levantan antes del amanecer. A las 6:00 a. m. ya deben estar duchados y con las habitaciones ordenadas. El objetivo es reducir tensiones, evitar tiempos muertos y crear hábitos.
“Lo más duro del encierro es que todo suena igual: la puerta que abre, la que cierra, el pito para formar… a veces siento que el tiempo aquí es otro tiempo”, dice un joven que lleva seis meses internado.
Después del desayuno viene la reunión de grupo, un espacio donde educadores intentan trabajar autocontrol, convivencia y toma de decisiones. Para algunos adolescentes, es el primer momento del día donde alguien les pregunta cómo están.

“A uno aquí le dicen que hable… pero al comienzo uno no confía. Yo pensé que todos estaban en mi contra, como en mi casa”, cuenta un muchacho de 15 años.
“Yo no sabía cómo era que a uno lo quisieran”, cuenta Andrés, un joven de 17 años que creció entre casas de familiares lejanos, vecinos que lo recibían por temporadas y meses enteros en la calle. “En mi familia nadie hablaba, nadie preguntaba si uno estaba bien… Yo pensé que eso no existía. Que uno se defendía solo y ya.”
Su vida cambió el día que entró al CAE. No idealiza el encierro; lo detesta. Pero dentro del dolor del proceso también descubrió algo que nunca había vivido. Un educador lo tomó en serio, lo escuchó, lo llamó por su nombre sin gritos y sin amenazas.
“Un día yo lloré, así de la nada, y él no me regañó ni me dijo ‘aguántese’. Solo se quedó ahí sentado conmigo. Y yo pensé: ¿esto era lo que me faltaba? ¿Esto es lo que sienten los que sí tienen familia?”.
Ese gesto, pequeño para el mundo adulto, enorme para un adolescente sin afectos estables, le permitió poner en palabras una sensación que cargó toda su vida: “Yo no sabía que faltaba algo hasta que me lo dieron. Como cuando uno vive con hambre desde chiquito y cree que así es la vida… hasta que un día come de verdad.”
En el CAE, Andrés retomó el estudio: “Aquí aprendí que yo sí puedo. A mí nunca nadie me lo había dicho.”
La escuela dentro del encierro
Las jornadas educativas se desarrollan a media mañana. Cada joven estudia según su nivel, aunque muchos llegan con trayectorias rotas.
«Yo entré aquí sin saber leer bien. Me daba pena, pero la profe me dijo que se podía empezar otra vez… aquí aprendí más que afuera”, relata una joven entrevistada, que ahora está en un programa de aceleración.
En las tardes, los talleres buscan dar sentido al encierro: música, arte, deportes, cocina, mecánica. También sesiones psicológicas y espacios restaurativos.
“Lo mejor de aquí es el taller de música. Ahí uno siente que existe para algo más que para el delito”, dice un adolescente que aprendió a tocar marimba durante su sanción.
El peso de la noche
Al caer la tarde, el ambiente cambia. Las puertas se cierran, los pasillos se silencian.
“La noche es pesada… uno piensa demasiado. A veces me pregunto si afuera me van a esperar o si ya nadie me recuerda”, confiesa un joven que lleva un año en proceso.
Aquí podría incluirse un fragmento del podcast con momentos de respiración, pausas y voces en primera persona describiendo el encierro nocturno.
La dimensión restaurativa: ¿funciona?
El SRPA se sostiene sobre la idea de reparar, no castigar. Esto implica no solo trabajar con el adolescente, sino también con su entorno familiar.
“Mi mamá me dijo que no confiaba en mí… que ya no sabía quién era yo. Aquí en las visitas hemos hablado más que en toda mi vida”, cuenta un joven en proceso de reunificación familiar.
Los equipos psicosociales intentan construir nuevas narrativas, reforzar la identidad, enseñar a gestionar emociones y reconstruir vínculos.
“Aquí por primera vez entendí qué era ‘responsabilidad’. No es que lo que hice no cuente. Es que puedo hacer algo distinto para no repetirlo”, explica un participante de un proceso restaurativo.
Entre el encierro y la oportunidad
Aunque en 2024 el 63 % de las sanciones impuestas fueron no privativas, los CAE siguen siendo el corazón del debate sobre el SRPA. Para algunos adolescentes, representan el primer espacio estructurado y seguro de su vida. Para otros, un recordatorio constante del encierro y la falta de oportunidades afuera.
Pero una cosa se repite en todas las voces:
“Nadie quiere volver aquí. Si uno tiene una oportunidad en serio, uno la toma. Pero afuera hay barrios donde la misma vida te empuja de nuevo.”
Entender quiénes son estos jóvenes y cómo viven dentro de un CAE no es solo un ejercicio informativo: es un espejo incómodo sobre lo que Colombia ha permitido que pase con su infancia. Y sobre lo que aún podría cambiar.





