
Ilustración: Isabella Meza Viana
Por: Leidy Restrepo
Cuando Nathalia tenía 24 años, quería irse a estudiar al extranjero, pero su papá sufrió un accidente cerebro vascular (ACV). Ya no podía moverse y los parpadeos se convirtieron en su manera de comunicar. Ella, como hija única, tuvo que aprender a cuidar a su padre y hacerlo todos los días.
Bañarse, vestirse, peinarse: cosas que hacemos todos los días. Pero cuando las hacemos a otros se llama: cuidar. Todos conocemos a alguien que lo hace. Una mamá, una abuela, pero, a veces, también puede ser una joven.
Los jóvenes cuidadores y cuidadoras existen. En el mundo son hasta el 8% y van en aumento. Parece que no los vemos, ni tenemos muchas cifras de ellos, pero ahí están, pidiendo citas médicas, administrando medicamentos. Acompañando.
Los y las cuidadoras jóvenes son personas menores de 25 años, que apoyan a un familiar que está enfermo, padece alguna condición mental, discapacidad o deterioro por su edad. O a un hermano menor. Casi siempre son mujeres, en Latinoamérica, por ejemplo, 6 de cada 8 cuidadores lo son.
Una investigación publicada en la Revista Internacional de Investigación Ambiental y Salud Pública dice que al desempeñar roles de cuidado, los jóvenes atraviesan principalmente tres etapas: 1, el encuentro con el cuidado o empezar a cuidar a alguien; 2, ser un joven cuidador y 3, superar el cuidado o ya no tener que hacerlo.
A través de la historia de Nathalia Monroy es posible reconocer estas etapas.
Empezar a cuidar a alguien
Nathalia era joven, acababa de renunciar a uno de sus primeros trabajos y ahora se había convertido en cuidadora. Siendo hija única y mujer, no tuvo tiempo de preguntarse si era lo que quería, era lo que debía hacer y para ella eso era suficiente.
“Las mujeres asumimos el cuidado de forma instantánea. Simplemente, mi papá se enfermó y mi mamá y yo asumimos su cuidado”, recuerda Nathalia.
Pero, ¿qué es el cuidado? Para María Ángeles Durán, especialista en el análisis del trabajo no remunerado, se define como “la gestión cotidiana del bienestar propio y ajeno”.
Al asumir el rol de cuidador, el joven deja de centrarse en sí mismo y en las experiencias propias de su edad para atender a quien lo necesita. Según la psicóloga Sindy Gazo, que ha trabajado con NNA, este cambio puede generar tristeza, ansiedad o enojo, “porque pasa de ser cuidado a cuidar, y eso afecta su bienestar emocional”.

Ser joven que cuida, girar alrededor del sol
Nathalia tiene una bella metáfora para hablar del cuidado a su papá. Él se volvió su sol y su vida giraba en torno suyo. Su mamá, al igual que ella, ejerció el papel de cuidadora.
Ser cuidadora no es fácil, pero no es lo mismo ser cuidadora de un esposo, como adulta. Que de un padre, siendo joven.
Ser joven cuidador puede afectar la vida personal y social. Muchos pierden tiempo para estudiar, trabajar o compartir con amigos, lo que puede causar aislamiento y pérdida de apoyo. Además, se puede generar el “síndrome del cuidador quemado”, con síntomas como cansancio extremo, dolores físicos, insomnio y estrés constante.
Convertirse en jóven cuidadora fue para Nathalia aprender a bañar un adulto, cambiarle un pañal, alimentarlo a través de una sonda, cortarle las uñas, aplicar sus cremas. Aprender cómo se voltea una persona en una cama. Manejar carro. Pero también dejar de pensar hacia el futuro, disminuir las salidas, rechazar trabajos, disfrutar su soledad y las libertades de su juventud.
Se suman responsabilidades, se abandonan libertades. Se padece presión, agotamiento, frustración, cansancio. Y, en muchas ocasiones, los y las jóvenes cuidadoras intentan ofrecer su apoyo, también a los otros cuidadores. En el caso de Nathalia, su mamá.
De repente, “sentía culpa de que yo pudiera hacer un plan y mi mamá no”, cuenta Nathalia. Ella habla de un cambio de roles. Ahora era ella quién cuidaba de sus padres, debía parecer fuerte, pedir citas médicas, solucionar discusiones. Tuvo que pasar mucho tiempo para que los roles regresaran a su lugar.
Sindy explica que este tipo de situaciones puede generar una crisis de identidad. “Cuando un joven pasa de ser hijo a ser padre sin serlo, se le fuerza una madurez prematura. Deja atrás su niñez y asume roles de adulto antes de tiempo, lo que puede afectar quién es y cómo se ve a sí mismo”.
Los jóvenes cuidadores pasan desapercibidos para nosotros y para las entidades de salud y políticas públicas. Encajan en la categoría de “socios de cuidado esenciales”, que son las personas cercanas que ayudan y acompañan de forma constante a quien necesita cuidados, sin discriminación de edad.
Nathalia cuenta que tras la depresión, la ansiedad, el desgaste que les generó entre otras cosas, ser cuidadoras, ella y su mamá debieron recibir atención psicológica particular: “porque ni la EPS ni la IPS nos la dieron. Dijeron que no les correspondía. Durante 12 años nosotras no fuimos nada para el sistema de salud como cuidadoras”.
Y no es un asunto particular de su historia, las investigaciones demuestran que la atención y servicios de salud en estos casos están dirigidos al paciente, nunca al cuidador. Aunque en 2023, la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) reconoció el cuidado como un derecho.
Además, los Estados tienen la obligación de adoptar medidas legislativas y políticas para garantizar que el cuidado se brinde en condiciones dignas, respetando los derechos de todos los involucrados y la interrelación de este derecho con otros como el trabajo, la salud y la seguridad social.
Una vida más allá del cuidado
Durante los 12 años que pasaron desde que su papá sufrió el ACV, Nathalia y su mamá fueron sus cuidadoras. Incluso cuando su papá decidió aplicarse la eutanasia, quien acompañó y tramitó y logró que puediera acceder a ella fue Nathalia.
Con los años, ella fue encontrando el equilibrio entre su rol de cuidadora y el continuar con su vida. Un año después del accidente consiguió trabajo y cinco años después se casó. Fue una decisión complicada. “Muy linda, porque me casé con mi novio, pero muy difícil, porque significaba dejarlos a ellos”, cuenta Nathalia, quien continuó con sus labores de cuidado de otra forma.
Los jóvenes que dejan de ser cuidadores habitan el alivio por las responsabilidades que dejan. Y la culpa por continuar sus vidas más allá del cuidado y abandonar ese rol. Aunque para Nathalia, “Uno no deja de ser cuidador. Una vez te conviertes en cuidador, eso siempre va a estar ahí en diferentes medidas y proporciones”.
Sindy dice que parte de ese proceso consiste en que el joven cuidador “pueda poner límites, buscar apoyo en la familia y compartir con personas de su edad”. Así evita el desgaste y logra “no quemar etapas”, recuperando su identidad como joven o adolescente.
Debido al cuidado de su papá, su salud física también se vio afectada, en especial su espalda. Aunque acepta que haber sido cuidadora jóven también le dejó la visión de una vida en la que uno se preocupa por el otro y la oportunidad de agradecer a su papá todo lo que le había dado.
Nathalia Monroy, es mujer, periodista, especialista en Comunicación Digital y cuidadora. Fue atravesada por este último rol siendo muy jóven, como tantas otras que pasan desapercibidas.
En 2016, 381.497 niños y niñas de 12 a 18 años fueron cuidadores de algún familiar, el 6% de la carga total de cuidado en Colombia. Nueve años después, los jóvenes cuidadores y cuidadoras existen y van en aumento.






