
Por Radio Trompo
En todo el mundo, la Generación Z está moviendo el tablero. Desde Rabat hasta Katmandú, jóvenes desafían gobiernos, llenan las calles y rompen el mito de la “generación de cristal”. No son frágiles: son furia organizada, creatividad política, cansancio hecho acción.
Pero en Colombia, cuando llegó el turno de votar en los Consejos Municipales de Juventud (CMJ), la plaza quedó vacía. La participación fue mínima, incluso entre quienes más hablan de voz, inclusión y cambio. ¿Cómo entender esta contradicción?
Una crisis de representación
Las protestas juveniles en el mundo nacen del desencanto con las instituciones. En Colombia ocurre igual. Solo que aquí la papeleta simboliza esa misma desconfianza. Muchos jóvenes sienten que el CMJ no decide nada: que es un espacio sin presupuesto, sin poder real, donde se escucha pero no se actúa. Protestar se siente real. Votar, en cambio, se siente inútil.
Energía sin canales
La energía juvenil existe, y desborda creatividad. Lo vimos en los paros, en los medios alternativos, en la cultura digital. Pero las estructuras políticas del país no han sabido canalizarla.
Campañas como “Sí Votamos” intentaron tender puentes: mostrar que los jóvenes del Sistema de Responsabilidad Penal para Adolescentes (SRPA), los reporteros de barrio, los estudiantes, pueden y quieren participar. Pero la inclusión no se mide en afiches: se mide en poder. Sin poder, la ilusión se apaga.
El miedo a la inutilidad
Para muchos jóvenes, salir a votar no es sinónimo de esperanza sino de frustración. Recuerdan 2021, cuando protestar significó arriesgar la vida. Y piensan: si ni las calles nos escucharon, ¿por qué habrían de hacerlo las urnas? No es apatía: es escepticismo aprendido.
De la protesta a la política
Si Colombia quiere que su generación Z pase de la indignación a la incidencia, debe transformar sus mecanismos de participación.
Los Consejos de Juventud no pueden ser simbólicos: necesitan presupuesto, poder y representación real. De lo contrario, seguiremos viendo un país donde se grita en las calles, pero se calla en las urnas.
Reflexión final
La baja participación juvenil no revela desinterés, sino descreimiento. No es silencio por apatía, sino por cansancio. Esta generación ya demostró que puede hacer ruido; lo que no ha visto aún es que ese ruido se convierta en política pública.
Si queremos que los jóvenes crean en la democracia, primero la democracia tiene que creer en ellos.





