
Sí — para reclamar voz, presencia y transformación
“¿Vale la pena votar?” Es una pregunta legítima y frecuente entre quienes dudan de los mecanismos institucionales para transformar realidades injustas. Y más aún entre jóvenes que han visto cómo promesas van quedando en el aire, cómo espacios de participación nacen con entusiasmo y luego se marchitan. Pero la respuesta, también legítima, es: sí, vale la pena votar. Aunque el sistema no sea perfecto, es —hasta ahora— la mejor herramienta que tenemos para situarnos en los espacios de poder y exigir que nuestras voces sean escuchadas.
Reconozcamos los obstáculos de frente:
- Falta de experiencia
Es verdad que muchos candidatos a los CMJ son jóvenes que aún no han tenido recorrido político ni manejo institucional. Pero esa “inexperiencia” no es una condena; es un mandato de formación colectiva. Las ciudades no necesitan superhéroes: necesitan miembros críticos, organizados y dispuestos a aprender —a equivocarse y corregir—. - Instrumentalización partidista
En las elecciones anteriores se observó que los partidos tradicionales capturaron buena parte de las listas. (FIP) Esa captura representa un riesgo real: que el CMJ sea usado como escalón político más, en lugar de verdadero órgano juvenil de interlocución. Pero no es un destino inevitable: la autonomía del movimiento juvenil depende de la capacidad colectiva de vigilancia, de denunciar los abusos y exigir transparencia. - Poder limitado y dependiente del interés del gobierno local
Que el CMJ tenga funciones simbólicas o limitadas no es una conspiración; es una realidad de diseño institucional aún incipiente. En muchos municipios, los Consejos no han contado con espacios físicos ni presupuesto para funcionar operativamente. (Revista Raya) Su eficacia muchas veces depende de que alcaldes o gobernadores quieran escucharlos.
Entonces, si tantas debilidades pesan en contra, ¿por qué insistir en votar?
Porque no votar es ceder el terreno simbólico y real. Es dejar los espacios vacíos para que otros los ocupen sin escrutinio. Votar significa tener personas adentro que puedan, desde dentro, reclamar reformas, denunciar irregularidades y tejer alianzas con organizaciones sociales, universidades y medios. Es una forma de “entrar a la casa” para cambiar su mobiliario.
Además, estamos en un momento decisivo: en este ciclo electoral se discute una reforma que propone dotar a los CMJ de mayores competencias, presupuesto y garantía institucional para que no sean meros interlocutores simbólicos, sino actores con poder real. Esa reforma no se consolidará si los jóvenes no ocupamos estos espacios hoy. Si no damos legitimidad a las elecciones del CMJ, perderemos fuerza moral para exigir esos cambios.
Votar también es una forma de legitimar las demandas de los jóvenes como sujetos políticos. El pasado proceso demostró que solo un pequeño porcentaje acudió a las urnas —tan bajo como el 10 % del censo — y eso fue un síntoma de desconfianza o desconocimiento. (FIP) Pero un voto no es solo una cifra: es un acto de fe ética en que aún existe espacio para la participación real.
Para que este acto sea útil, es esencial que el voto vaya acompañado de estrategias de acompañamiento:
- Que las campañas juveniles sean pedagogía política: explicar qué puede hacer el CMJ, cuál es su ruta para incidir en las políticas públicas.
- Que las organizaciones sociales, colectivos estudiantiles y medios apoyen el escrutinio y la difusión de agendas juveniles.
- Que quienes resulten electos asuman como mandato la rendición de cuentas permanente, la transparencia y la articulación intergeneracional (con actores comunitarios, académicos y políticos).
- Que la ciudadanía —y particularmente los entes de control— exija que los gobiernos locales asignen presupuesto, faciliten espacios físicos y acompañen con voluntad política a los Consejos elegidos.
No vamos a engañarnos: votar no es garantía de cambio inmediato. Pero es el primer paso para plantar una semilla de legitimidad juvenil en los órganos del Estado. Y quien siembra voz, no será fácilmente ignorado.
Así que sí, vale la pena votar. No como acto ingenuo, sino como apuesta estratégica: para ocupar lugares, articular agendas, construir organismos juveniles fuertes y respaldar —desde adentro— las reformas que hoy buscan extender el poder del CMJ. No abandonemos la cita con la democracia juvenil. Porque quienes se quedan en la sala de espera no pueden reclamar su turno.





