
Natalia, jóven del Sistema de Responsabilidad Penal para Adolescentes (SRPA)
Mi historia tiene un nombre: “Cómo perdí el control… y la libertad.” Cuando lo dije por primera vez en voz alta, sentí que estaba confesando algo que siempre había llevado escondido. Perder el control no fue un momento exacto, fue un camino. Y perder la libertad fue la consecuencia de todo lo que nadie vio, o nadie quiso ver.
Crecí en un ambiente donde las emociones se aprendían golpe a golpe. En mi casa había más gritos que abrazos, más portazos que conversaciones. Me acostumbré a guardarme todo, a ponerme dura, a sobrevivir con lo que había. Lo que no tuve, una familia que cuidara, un lugar seguro para sentir, amigas que me sostuvieran, lo busqué donde pude: en el parche del barrio, en influencias que parecían protección pero que solo me llevaron a perderme más. Mi temperamento se volvió mi defensa y mi condena. Nunca nadie me enseñó a manejarlo. Hasta que un día exploté… y ese estallido cambió mi vida.
Por eso cuando me pidieron contar mi historia en un podcast, dudé. ¿Para qué remover lo que me dolía? ¿Para qué volver a lugares que prefería olvidar? Pero parte de mí sabía que esconderlo no me había ayudado antes. Acepté. Y no imaginé todo lo que iba a mover en mí.
Contar mi historia no fue fácil. La titulé “Cómo perdí el control… y la libertad” porque eso resume lo que viví: cómo fui acumulando rabia sin entenderla, cómo me fui alejando de la gente que podía ayudarme, cómo me metí en peleas que solo me dejaban más sola, cómo terminé tomando una decisión impulsiva que me convirtió en una adolescente del SRPA.
Al empezar a hablar frente al micrófono, sentí por primera vez que podía ordenar mi pasado. Pensé que iba a ser solo recordar, pero fue mucho más: fue entender. Fue ver que mi vida no se resume en el error que cometí, sino en todo lo que me faltó antes de llegar allí. Mientras grababa, pude conectar momentos que antes veía sueltos. Pude nombrar cosas que nunca había dicho, como el miedo que tenía a ser abandonada, la tristeza de sentir que nadie preguntaba por mí, la desesperación de no saber qué hacer con tanta emoción junta.

Escucharme después fue todavía más fuerte. Me reconocí y no me reconocí. Escuché a una niña que nunca fue cuidada, a una adolescente que quiso defenderse sola, a una joven que necesitaba ayuda pero solo sabía reaccionar con rabia. Me dolió, pero también me liberó. Porque por primera vez pude ver mi historia sin juzgarme, sin esconderme, sin convertirme en el “monstruo” que a veces siento que la sociedad imagina cuando escucha “SRPA”.
El proceso de producción del podcast me ayudó a entender mi pasado, pero también a desafiar mi presente. Empecé a preguntarme qué podía hacer distinto dentro del CAE. A veces, aquí uno siente que no tiene opciones. Pero contar mi historia me mostró que sí tengo algo: mi voz. Que puedo usarla para pedir ayuda, para hablar en vez de explotar, para aceptar apoyo sin sentir vergüenza. Empecé a trabajar mis emociones, a reconocer mis disparadores, a entender que perder el control no es inevitable. Que aprender a manejarme no me hace débil; me hace libre.
Y lo más importante: me permitió imaginar un futuro. Un futuro donde no repita los patrones que me trajeron hasta aquí. Un futuro donde pueda estudiar, trabajar, tener amistades sanas, construir una vida sin miedo. Antes yo pensaba que mi vida ya estaba marcada para siempre. Que este lugar era una etiqueta imposible de borrar. Pero al narrar mi historia, entendí que puedo escribir otras versiones. Que puedo retomar el control que perdí. Que la libertad no solo se recupera saliendo por esa puerta, sino cambiando la forma en que entiendo lo que siento.
“Cómo perdí el control… y la libertad” es un título duro, pero ya no es el final de mi historia. Es el comienzo de otra: la de cómo estoy aprendiendo a recuperarlos. Y si mi voz ayuda a otra persona a no llegar hasta aquí, o a entender que sus emociones importan, entonces todo este proceso habrá valido la pena.





