
Ilustración: Isabella Meza Viana
Juan Camilo, 17 años, egresado del Sistema de Responsabilidad Penal (SRPA)
A veces pienso que mi vida se puede dividir entre dos sonidos: el golpe de la puerta del CAE cuando se cerró detrás de mí por primera vez… y el mismo golpe, pero al revés, el día que la volví a cruzar para salir.
Entre una cosa y la otra hay meses que me cambiaron la cabeza. Pero también hay miedos que no se van.
Entrar al SRPA fue como poner pausa a una película que yo venía viendo sin entenderla del todo. Afuera estaba la calle, el parche, el ruido constante de querer pertenecer a algo. Adentro, de repente, solo estaba yo, mi nombre, mis errores, mis ganas de entender por qué había pasado lo que pasó. A veces era duro mirarme así, sin excusas. Pero también fue la primera vez que alguien me preguntó cómo se veía mi vida… no solo mi delito.
En los talleres de justicia restaurativa me tocó enfrentar lo que siempre había evitado: reconocer el daño. No a lo grande, no al país, no a “la sociedad”. A las personas. A las que les fallé y a las que me fallaron también. Yo siempre pensé que reparar era imposible, pero ahí entendí que reparar no es borrar. Es hacerme cargo. Escribirlo. Contarlo.
A veces pedir perdón. Otras veces, perdonarme.
Participar en los proyectos de periodismo juvenil fue lo que más me movió. Contar historias me obligó a mirar la mía. A entender mi pasado, retar mi presente, imaginar un futuro distinto. A sentir que mi voz sirve para algo más que defenderme o atacar. A nombrar cosas que antes solo gritaba o tragaba. Por primera vez pensé: “marica, capaz sí puedo cambiar”.
Pero acá viene la parte que nadie te dice: salir no es terminar. Salir es volver a empezar… en el mismo lugar donde todo se torció.
La libertad es bacana, sí. Extrañaba la calle, el viento en la cara, el ruido. Pero apenas llegué a mi barrio me di cuenta de que todo seguía igual: los mismos parches, las mismas fronteras invisibles, los mismos vecinos que ya me miran marcado. La misma casa donde siempre faltó algo: plata, tiempo, abrazos, calma.
Y uno también vuelve igual en algunas cosas: con ansiedad, con rabia guardada, con miedo a decepcionar. Con esa sensación de que cualquier paso en falso te devuelve a lo mismo.
Y sin embargo, y esto lo siento en el cuerpo, no solo en la cabeza, algo sí cambió en mí. Antes yo veía la pobreza como un túnel sin salida, la necesidad como excusa, el parche como única familia. Hoy entiendo que eran señales de alerta, no destinos.
En el SRPA aprendí a nombrar emociones que antes solo explotaban; entendí que la rabia no es fuerza, que el miedo no es debilidad, y que pedir ayuda no es perder la calle. Me di cuenta de que mis decisiones importan, incluso cuando el barrio dice lo contrario. Ahora, cuando vuelvo a ver los mismos combos, las mismas ofertas fáciles, las mismas esquinas llenas de humo y urgencia, siento algo distinto: ya no me jalan. No porque sea más fuerte, sino porque sé a dónde me llevaron una vez. Y porque descubrí algo que nunca había tenido: un proyecto de vida que me gusta, gente que cree en mí, y una versión de mí mismo que no quiero perder. Puede que afuera siga todo igual, pero por dentro me cambió la brújula.
Ahí es cuando se siente el riesgo de reincidir. No por ganas de dañar, sino porque es difícil construir algo nuevo en un lugar que te recuerda todos los días quién fuiste.
Yo peleo contra eso todos los días. A veces me va bien. A veces no tanto.
En las noches, cuando el barrio se queda en silencio y uno escucha más sus pensamientos, me pregunto si voy a lograrlo. Pero después me acuerdo de algo que me dijo un profe del SRPA:
“La justicia restaurativa no termina cuando sales. Se vuelve un estilo de vida: reparar, reparar, reparar… incluso cuando nadie está mirando.”
Eso me acompaña.
Hoy estudio y trabajo por ratos. Me aferro a lo que aprendí: a entender mi historia, a cuestionar el presente y a construir futuro aunque duela. Aunque toque comenzar mientras el barrio empuja para atrás.
No soy perfecto, pero soy distinto.
Salir no es terminar. Es elegir, cada día, no volver a lo que me hizo daño… ni a lo que yo dañé.
Y aunque alrededor todo siga igual, yo sigo creyendo que puedo cambiar mi camino.
Porque si algo entendí en el SRPA es que mi historia no está escrita del todo.
Y mientras tenga voz, la voy a seguir contando.






