Volver a mí: reconstruyendo mis lazos familiares

Ilustración: Isabella Meza Viana

Por: María Paula Suárez N

La sociedad suele hablar de la infancia y la adolescencia como etapas de inocencia, juego y refugio familiar. Sin embargo, para miles de niños, niñas y jóvenes en Colombia, el hogar no fue un santuario, sino el primer lugar del que tuvieron que huir para sobrevivir. 

¿Qué sucede cuando el Estado se convierte en tu padre? ¿Cómo se construye la identidad cuando la etiqueta de «huérfano» o «infractor» pesa más que el propio nombre?

En esta nueva temporada de nuestro podcast, Volver a mí: reconstruyendo mis lazos familiares, nos adentramos en los pasillos de hogares y fundaciones en Bucaramanga, Neiva, Calarcá, Manizales y Montería para entregar el micrófono a quienes rara vez son escuchados: los jóvenes bajo protección del ICBF y del Sistema de Responsabilidad Penal para Adolescentes.

A través de los relatos recogidos en el hogar Teresa Toda de Bucaramanga, descubrimos una verdad dolorosa pero necesaria: a veces, el acto de amor propio más grande es desprenderse de la propia familia. En estos episodios, las voces de las jóvenes nos enseñan que dejar atrás el núcleo biológico, aunque cause daño, es una decisión de supervivencia.

No obstante, la herida del abandono o la negligencia deja cicatrices complejas. Las jóvenes describen a esas madres que no pudieron cuidarlas, no desde el rencor, sino desde una compasión madura y sorprendente. Entender que sus progenitoras también fueron víctimas de sus circunstancias les ha permitido a muchas de ellas forjar un futuro sin el lastre del odio, desafiando el estigma de la palabra «huérfana» y redefiniéndola como sinónimo de valentía.

El sistema de protección también alberga historias de dolores profundos causados por el abuso sexual, una realidad que, como narran Marcela y Derby desde la Fundación Faro, en el Quindío, a menudo viene acompañada de una culpa injusta.

Sus testimonios son un llamado urgente a la justicia y a la sociedad. Al atreverse a hablar, estos jóvenes nos recuerdan que el silencio solo beneficia al agresor y retrasa la sanación. Sus voces reafirman la necesidad de un sistema que no sólo proteja físicamente, sino que ofrezca herramientas terapéuticas robustas para reparar la dignidad fracturada.

Respecto al tema, el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), define el acompañamiento psicosocial como un proceso que se realiza con el niño, la niña, el adolescente y su familia o red vincular de apoyo que permite “el abordaje y superación de las situaciones que generaron la situación de amenaza y/o vulneración de derechos”. Pero, ¿qué pasa cuando esa red víncular no se ha construido con la confianza necesaria para abordar hasta los dolores más profundos? 

Para muchos jóvenes, el acompañamiento ha sido suficiente, y así lo demuestran los casos de éxito. Sin embargo, una pregunta queda en el aire, ¿por qué 1 de cada 3 jóvenes que han pasado por el sistema de Protección terminan después en el Sistema de Responsabilidad para Adolescentes (SRPA)? Así lo indica un informe de caracterización de jóvenes del sistema del 2019. Estamos hablando de que el 30,8% termina allí por conductas delictivas, lo que hace evidente que hay una falla.

Por eso, la forma de acompañamiento adquiere un valor significativo dentro del proceso de los niños, las niñas y los adolescentes en protección, dado que es el campo de acción con el que se resignifican y sanan las experiencias vividas, algo que va mucho más allá de la mera atención clínica que se presta desde el servicio de salud colombiano.

De hecho, otro informe denominado Aproximación a la situación de salud de los adolescentes y jóvenes vinculados al Sistema de Responsabilidad Penal, del 2021, señala que menos de la mitad de los jóvenes logran tener una cita de medicina general, y que para  psiquiatría, un servicio crucial, la cifra es inferior al 20%. La espera promedio para una consulta básica, que por ley no debería superar los 3 días, es de uno a dos meses. Lo anterior demuestra que aún habiendo tocado fondo en el sistema, hay derechos de protección que son vulnerados. 

¿Qué pasa cuando la adolescencia llega y no hay una familia esperando? Desde Manizales, jóvenes de la Fundación Niños de los Andes nos confrontan con la realidad de la adopción tardía. Se requiere un coraje inmenso para aceptar que el apoyo familiar tal vez nunca llegue y que la soledad será una compañera de viaje; aprender a labrarse su propio camino sin una red de seguridad es una lección acelerada de adultez que ningún niño debería tener que cursar.

De hecho, las cifras son crudas. Hoy hay 6.450 niños, niñas y adolescentes en Colombia esperando ser adoptados. El 67% de ellos son adolescentes entre 13 y 17 años.

Por otro lado, viajamos a Neiva y Montería para explorar la otra cara de la moneda: los jóvenes en conflicto con la ley. La historia de Dairo, quien a sus 18 años espera un hijo mientras cumple una sanción por intentar vengar a su padre, nos muestra que incluso en el encierro hay espacio para la esperanza. 

La paternidad se convierte aquí en un motor de cambio, una oportunidad para romper ciclos de violencia y reescribir la historia, demostrando que el perdón, a otros y a uno mismo, es la piedra angular de la resocialización.

Esta temporada de Volver a mí: reconstruyendo mis lazos familiares no es solo una recopilación de anécdotas; es un espejo que nos interpela como sociedad. Las fallas en el cuidado, la lentitud de la justicia y los estigmas sociales son barreras que estos jóvenes deben superar a diario.

Escuchar estas historias es el primer paso para entender que detrás de cada joven bajo Protección hay un ser humano resistiendo, perdonando y soñando. Es un recordatorio de que el sistema necesita mejoras estructurales, pero sobre todo, necesita de una comunidad dispuesta a mirar a estos jóvenes no con lástima, sino con el respeto que merecen quienes han tenido que reconstruirse a sí mismos desde los escombros.

Bienvenidos a una temporada de verdad, dolor, pero sobre todo, de inquebrantable esperanza.