¿Caminar a la ciudad o ser las manos del campo?: el dilema de la juventud rural

Foto: Archivo particular

Por Leidy Juliana Restrepo Mesa

Aunque el campo colombiano envejece —la Encuesta de Calidad de Vida para población campesina del DANE (2023) muestra que el 60,7 % tiene más de 41 años— aún hay jóvenes que resisten. Uno es José David Gaviria, indígena y campesino de La Bendición de Dios, una parcela de 12.500 m² en el resguardo de Caracolí (Necoclí, Urabá). Siembra plátano, yuca, ají, maíz, hortalizas y maracuyá. Sabe que la realidad juvenil es compleja: “Carecemos de muchas cosas todavía. La educación es mala; hay pocos maestros que enseñen lo que uno necesita para su proyecto de vida, por eso el joven opta por irse y deja el campo a un lado”.

¿Cuántos jóvenes son rurales?

En Colombia, uno de cada cuatro jóvenes es rural, pero solo uno de cada cinco habitantes rurales es joven, recuerda Emmanuel Quiroga, profesor de la Universidad del Rosario y autor sobre juventudes rurales. Más allá del dato, el envejecimiento del campo se asocia con la falta de oportunidades para que la juventud alcance bienestar en su territorio, lo que empuja la migración a ciudades y al exterior.

Mano de obra o relevo… ¿o integración?

Socialmente se les mira de dos formas. La primera, como mano de obra. Alejandro Martínez, presidente de Planeta Rural, advierte que, aunque la salida de jóvenes es un problema, no significa que si los jóvenes se van se deje de producir comida: existe la tecnificación del campo. La tarea es motivarlos a quedarse con oportunidades reales, no desde la alarma. La segunda lectura les asigna el relevo generacional. Quiroga cuestiona ese símil: el campo no es una carrera de postas; lo que se necesita es integración generacional, sumar habilidades juveniles al conocimiento adulto.

Hambre y brechas urgentes

Mientras el debate sigue, las carencias aprietan. Según la Caracterización integral de los jóvenes rurales y emprendimientos en Colombia (MEEJR, con apoyo de AICS y participación de Planeta Rural), el 38 % de jóvenes rurales no tiene acceso suficiente a alimentos y el 56 % percibe inseguridad alimentaria. El estudio, basado en 1.400 encuestas, evidencia brechas educativas, digitales y laborales, un vacío de datos que, explica Quiroga, las instituciones no han logrado centralizar con enfoque de juventudes.

Estudiar desde la periferia

La historia educativa de José David lo confirma. En su vereda la escuela llegaba hasta noveno; terminó el bachillerato en San Juan de Urabá y luego estudió Ingeniería Agrónoma en la Universidad de Córdoba (Montería). “Llegué con muchas falencias. En la ruralidad no hay profundidad. Un maestro viene para un área y le toca dar cinco o seis materias; no hay explicación a fondo”, dice. La brecha tecnológica agrava el rezago: para manejar computadores caminaba dos horas hasta la sede central, sin carretera. “Aunque lloviera o el río estuviera crecido, íbamos cada ocho días a una clase de tecnología. Prendíamos el computador y escribíamos cualquier cosa en Excel, sin Internet”.

Pertinencia (y el rol del SENA)

Aun así, esta es la generación rural mejor formada, aunque sigue en desventaja: según la ECV 2023 del DANE, 9,1 % de jóvenes rurales de 17 a 21 años accede a educación superior, frente al 36,4 % urbano. Para Quiroga, además de cobertura y calidad, hay que hablar de pertinencia: “Nuestros currículos están pensados desde un entorno citadino, que difícilmente debate vocaciones productivas rurales”. En ese vacío, el SENA cobra relevancia por su regionalización y ofertas cercanas que desarrollan competencias concretas.

¿De verdad no quieren el campo?

El mito requiere matices. Martínez cuenta que, al caracterizar territorios, encontraron jóvenes eligiendo carreras agropecuarias: hay interés por estudiar y trabajar temas del campo. Puede ser deseo de volver, o simplemente la oferta más cercana. En cualquier caso, muestra vínculo con lo rural.

Trabajar: migrar no siempre mejora

El trabajo impulsa la migración, aunque no garantiza bienestar. La CEPAL señala que el porcentaje de jóvenes empleados en sectores de baja productividad es mayor en áreas rurales y, en Colombia, supera el 80 %. Además, según la MEEJR, siete de cada diez jóvenes rurales viven con menos de un salario mínimo, 71 % reporta ingresos no continuos y 75 % no está afiliado a pensión. María Cadavid, antropóloga y líder de Impulso Juvenil: Transformando el Territorio (FAO–Unicef), añade: el 18 % de jóvenes urbanos no acceden a trabajo formal; en el mundo rural la cifra sube casi al 25 %. La GEIH 2019 reporta que 58 % se dedicaba a actividades agrícolas y 42 % a turismo, minería y otros oficios.

Reconocimiento y arraigo con enfoque de género

En Caracolí, muchos amigos de José David no terminaron el bachillerato y trabajan a machete: jornal diario o mototaxismo. No todos quieren labores agrícolas, en parte por el escaso reconocimiento. “Cuando los padres entienden que pueden motivar al joven, la vinculación al trabajo del campo se vuelve provechosa y genera arraigo”, dice Martínez. La brecha de género es crítica: según la GEIH 2019, 8 % de hombres jóvenes rurales eran NINI, frente a 42 % de mujeres. No es que no trabajen, precisa Martínez, es que el cuidado no se reconoce, lo que las deja más expuestas a la dependencia económica.

Emprender… e incluir a quienes no emprenden

Frente a estas brechas, crecen estrategias como el emprendimiento. Hace un año, José David sembró maracuyá y presentó su iniciativa al Fondo Colombia en Paz: hoy 74 familias de siete comunidades del Urabá antioqueño producen maracuyá de manera sostenible. Pero Quiroga alerta: se visibiliza mucho al emprendedor; ¿qué pasa con los jornaleros o estudiantes del mismo territorio? El ecosistema debe incluirles.

¿Quedarse o irse? Memoria y futuro

Un estudio de la FAO muestra que 40 % de jóvenes rurales se proyecta en su territorio a diez años, por razones ligadas a cultura, identidad y relación con el ambiente. En José David pesa, además, la memoria familiar: sus padres fueron desplazados en 1994 hacia Montería y luego regresaron. Creció entre relatos de despojo y arraigo, y decidió aportar al desarrollo local frente a las ausencias del Estado.

No es solo decisión individual

La discusión, concluye Cadavid, no puede reducirse a la voluntad individual de permanecer o migrar: trata de condiciones de vida. Cargar a una generación con la responsabilidad de salvar el campo es injusto si la sociedad no garantiza educación pertinente, trabajo digno, seguridad alimentaria y reconocimientos reales. Sin eso, la decisión de quedarse no es libre; es resistencia. Con eso, en cambio, sí puede ser futuro..

Esto fue lo que nos dijeron los jóvenes de Tierralta, Córdoba, acerca de esos retos: